Durante tres años, una mujer mayor habitó en las bancas de la Central de Autobuses de Puebla (CAPU), aferrada a la esperanza de reencontrarse con su hija. La noche del 24 de julio, esa espera llegó a su fin. Fue hallada sin vida, sola, en el mismo lugar donde sostuvo sus últimos días.
Se llamaba María de Jesús Mundo y tenía alrededor de 80 años. No tenía hogar ni acompañantes, pero sí una historia conocida por quienes transitaban a diario por la terminal: decía que su hija, Alma Rivas Mundo, volvería a buscarla para llevarla de regreso a casa.
Nadie llegó. Y mientras tanto, María sobrevivía con el apoyo de trabajadores que le compartían comida y escuchaban sus canciones, que ella entonaba en los pasillos a cambio de algunas monedas. Su rostro se volvió parte del paisaje urbano, pero también del olvido.
Aunque su caso se viralizó hace un par de años y circularon versiones no confirmadas sobre el fallecimiento de su hija en la frontera norte, ninguna institución logró esclarecer su situación ni brindarle un refugio definitivo.
El cuerpo fue levantado por elementos de la Fiscalía de Puebla. Nadie se presentó a reclamarla. Como muchas personas en situación de calle, murió sin atención, pero también sin haber dejado de esperar.
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